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Fernando III el Santo, patrón y reconquistador de Sevilla

  • Foto del escritor: Nicanor Florentino
    Nicanor Florentino
  • 31 may 2016
  • 4 Min. de lectura

31 de mayo de 2016. Ayer recordábamos la muerte de Fernando III el Santo, en 1252, rey de Castilla y León, y patrón de Sevilla. Nació en Valparaíso, cercano a Zamora, entre 1199 y 1201. Era hijo de Alfonso IX de León y de Berenguela de Castilla, de cuya bisabuela, Berenguela de Barcelona, ya hablamos en otra ocasión. Bajo su mandato se unificaron ambos reinos (Castilla y León), que habían sido separados cerca de un siglo antes. Fue un gran modelo humano, en el que se vieron confluidas la piedad, la prudencia y el heroísmo. Cuando Fernando tenía 3 años, el matrimonio de sus padres fue declarado disuelto por el Papa Inocencio III, debido al parentesco de ambos cónyuges (Alfonso era tío de Berenguela) con lo que nuestro futuro rey se tuvo que volver junto con su padre a la corte leonesa. Cuando contaba con 16 años, muere Enrique, el rey de Castilla hermano de su madre, sin descendencia. Así que su madre manda llamar a su hijo primogénito, nombrándole heredero al trono, traspasándole sus derechos dinásticos. Esto no agradó a muchos nobles del reino, organizándose una rebelión alrededor de la figura del alférez mayor del reino, Álvar Núñez de Lara. Éste, ayudado por Alfonso de León, que era bastante anticastellano, organizó un ejército que llegó hasta las mismas puertas de Valladolid, obligando a madre e hijo a retroceder hasta Burgos. Desde allí mandaron varias propuestas de paz, y finalmente Fernando se reunió con su padre a finales de ese mismo año, firmando una tregua, y cediendo varias plazas a León. En 1219, se casó con Beatriz de Suabia, con quien tendría 10 hijos, aunque un año antes tuvo que poner fin a otra rebelión del de Lara, que finalizó con la muerte de éste, y la firma del pacto de Toro. Una vez conseguido pacificar el norte, Fernando podía dedicarse a la que sería la empresa más importante de su reinado, la Reconquista. Esto se vio ampliamente favorecido por las consecuencias de la batalla de Las Navas de Tolosa, pocos años antes, y que había dejado al ejército almohade en práctica disolución. También se vio ayudado por la muerte del emir Abu Yusuf, y las consiguientes disputas sobre quién debía ser el sucesor, con lo que para 1226 ya había conseguido poblaciones como Salvatierra y Baños, y la suma de 300000 maravedíes por parte del rey de la taifa de Sevilla para firmar la tregua. En el año 1230 muere Alfonso IX de León. El rey, debido a su profunda animadversión hacia Castilla, dejó como principales herederas a sus otras dos hijas, dejando a Fernando más relegado. Pero su madre, Berenguela, enterada del asunto parlamentó con la mujer del rey leonés (doña Teresa de Portugal, con quien se había casado tras anularse su primer matrimonio). Ambas acordaron otorgar el reino a Fernando, a cambio de una generosa dote para cada hija, que posteriormente se cumpliría al detalle. Una vez unificados ambos reinos, Fernando, apoyado por Sancho II, rey de Portugal, y Jaime II, rey de Aragón, concentró un inmenso ejército en Toledo en 1232, tomando Baeza, y con ella las puertas al Valle del Guadalquivir. En 1236, Fernando hacía su entrada triunfal en la que era considerada capital simbólica del Islam, Córdoba. Al año siguiente, muerta su esposa, se volvió a casar, con Juana de Ponthié, con la que tendría 5 hijos, una de la cuales, llegó a ser reina de Inglaterra (Leonor de Castilla). Fernando estaba preparado para afrontar su mayor reto: la conquista de Sevilla. Poco a poco fue tomando las villas más importantes del Valle del Guadalquivir. El punto más peliagudo fue la toma de Murcia, en el 1243, ya que los aragoneses consideraban que esa zona les correspondía a ellos. Tras firmar un tratado para normalizar la situación, en el 1245 se toma la última plaza importante, Jaén. Solo faltaba la perla, Sevilla. Para ello contó con la ayuda de su vasallo, Muhammad I, rey de Granada. El cerco comenzó en el 1246, y en él ocurrió el famoso hecho de la rotura de las cadenas que cerraban el paso en el Guadalquivir, hazaña llevada a cabo por la flota comandada por Ramón Bonifaz, del que hablaremos otro día. Éste asedió la ciudad por el río e impidió que llegasen refuerzos desde el Atlántico. Fue el comienzo de la marina de guerra castellana. Finalmente, el 23 de Noviembre de 1248, Sevilla se rendía a Fernando III, ondeando el estandarte real en el Alcázar. También se involucró en el repoblamiento de las nuevas tierras, que hizo mediante el sistema de Reparticiones, es decir, otorgaba las tierras a aquellos que habían participado directamente en la conquista, influyendo también su condición y posición social. De esta forma, nos encontramos que Fernando durante su reinado forjó un gran reino, aumentando grandemente sus posesiones, y pasando a jugar un papel importante dentro de los reinos de Europa. Gracias a él también se comenzaron a construir las catedrales de Burgos y Toledo, se tradujo el Fuero Juzgo y adoptó el castellano en lugar del latín como idioma oficial de la cancillería. Impulsó la ciencia y consolidó el nacimiento de las universidades. Protegió a las nacientes Ordenes mendicantes de franciscanos y dominicos y se cuidó de la honestidad y piedad de sus soldados. Instituyó en germen los futuros Consejos del reino al designar doce hombres doctos y prudentes que le aconsejaran; mas prescindió de validos. Guardó rigurosamente los pactos firmados con sus adversarios moros, aún frente a razones posteriores de conveniencia política nacional. En sus cartas se declaraba: «Caballero de Jesucristo, Siervo de la Virgen Santísima y Alférez del Apóstol Santiago» Sólo amó la guerra bajo razón de cruzada cristiana y de legítima reconquista nacional, y cumplió su firme resolución de jamás cruzar las armas con otros príncipes cristianos, agotando en ello la paciencia, la negociación y el compromiso. De tesón inagotable, murió en 1252, en el antiguo Alcazar musulmán de Sevilla, mientras preparaba una nueva expedición, esta vez hacia las costas africanas, que llevaría a cabo su hijo y sucesor, Alfonso X El Sabio. Su muerte, según testimonios coetáneos, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros. Actualmente yace en la Catedral de Sevilla, donde está su cuerpo incorrupto, y fue canonizado en el año 1671, celebrándose su fiesta el 30 de mayo.


 
 
 

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