España y la esclavitud
- Nicanor Florentino
- 21 jul 2016
- 3 Min. de lectura

21 de julio de 2016. Ayer recordábamos el decreto, por parte de la Isabel la Católica mediante una real cédula, de que fueran devueltos a sus tierras aquellos indígenas que hubiesen sido secuestrados de ellas.
Esta real cédula fue publicada en el año 1500. Las reales cédulas consistían en órdenes expedidas por el rey de España, para resolver conflictos jurídicos, establecer algunas pautas legales, crear instituciones, nombrar cargos, otorgar derechos u ordenar algo en concreto.
Y es que el proceso de colonización de América por parte de España distó mucho en la esencia de otros procesos llevados a cabo por otras potencias. Lógicamente, no todo fueron caminos de rosas, pero esta actitud de la reina Isabel, siempre tratando de proteger la dignidad de sus súbditos de ultramar, demuestra claramente la intención de la colonización. Se trataba de aprovechar las nuevas tierras, pero respetando a sus antiguos habitantes, incorporándolos con los mismos derechos y libertades que otros súbditos de la Corona.
Prueba de ello son diversas cartas a su nombre en las que se pregunta quién se cree Colón para vender indígenas en Sevilla. Ella consideraba por igual a sus súbditos castellanos como a los de las Indias. Y es que Cristóbal Colón, acostumbrado a la manera de hacer colonia de Portugal, creyó que en España se aceptaría también fácilmente traficar con esclavos, alegando que eran prisioneros de guerra. Pronto la Corona se posicionó en contra de estas prácticas, y se encargó una comisión de eclesiásticos y juristas para seguir la pista de aquellos indígenas vendidos como esclavos para poder comprarlos y liberarlos.
Y es que la concepción fundamental de los Reyes Católicos, y en especial de Isabel, acerca de como debía llevarse a cabo estas colonizaciones, era bajo la obligación moral de llevar la fe católica a aquellos lugares que aún la desconocían. Lógicamente, esto llevaba implícito un trato digno a todos los nativos de las nuevas tierras que, como todo proceso de esta magnitud, lamentablemente no siempre se cumplía, pero la reina siempre estaba detrás tratando de enmendar estos errores.
Para conseguir esta evangelización de los territorios conquistados, Isabel comisionó a Fray Bartolomé de las Casas, cuya encendida defensa de la no esclavización de los indios era del agrado de ésta. Así, hacia el final de su vida, Isabel dejó dictadas una serie de normas por las cuales quedaba claro que los nuevos castellanos de las Indias debían vivir no en esclavitud si no en libertad «Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien», órdenes que, aunque no siempre se cumplieron, dejaban claras las intenciones de la reina.
Pero la voluntad de tratar correctamente a los primitivos habitantes de aquellas tierras no quedó solo en estos reyes, sino que el emperador Carlos, en el 1540, concluyó en una junta de la Universidad de Salamanca que «tanto el Rey, como gobernadores y encomenderos, habrían de observar un escrupuloso respeto a la libertad de conciencia de los indios, así como la prohibición expresa de cristianizarlos por la fuerza o en contra de su voluntad».
Con el tiempo se fueron formando las Leyes de Indias, donde se recogían todos los derechos de los indígenas, como la prohibición de injuriarlos o maltratarlos, la obligación de pagarles salarios justos, su derecho al descanso dominical, la jornada laboral máxima de ocho horas y un grupo de normas protectoras de su salud, especialmente de la de mujeres y niños. Cierto es que el sistema de encomiendas pudo generar en algunos lugares ciertos abusos e incluso formas de esclavitud encubiertas, a pesar de que solo se podían incluir en este sistema aquellos indios que no tuviesen medios propios de subsistencia, y el emperador Carlos dictó una serie de normas para limitar los abusos.
Es cierto que durante el reinado de Felipe II, éste cedió durante un tiempo, haciendo concesiones en puerto Rico y La Española, pero pronto se retractó de este hecho, volviendo a prohibir la esclavitud, e incluso impidiendo la importación de esclavos negros. Como resultado, obtenemos unos nuevos territorios que, gracias a un ejército de maestros y curas, se asemejaba culturalmente a la península. Hoy en día se puede comprobar como mientras que en Hispanoamérica la población es mestiza entre los españoles que allí emigraron y los indios del lugar, en otros lugares colonizados sobre todo por anglosajones, la población inicial del lugar prácticamente ya no existe, como puede ser el caso de Estados Unidos o Australia.
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